Miguel Díaz-Canel, primer vicepresidente de Cuba |
Sr. Miguel Díaz-Canel
Primer Vicepresidente de la República de Cuba
Futuro presidente de Cuba, designado por Raúl Castro
Presente
Primer Vicepresidente de la República de Cuba
Futuro presidente de Cuba, designado por Raúl Castro
Presente
Sr. Díaz-Canel:
Me dirijo a usted a raíz de sus recientes declaraciones, las
cuales deseo comentar. Considero que al haber sido designado por Raúl
Castro para ser el primer presidente cubano en casi seis décadas que no lleve
el apellido Castro, se tomaron en cuenta algunas consideraciones.
Asumo que usted es inteligente y ha sabido mantener un perfil bajo para
no afectar su designación. También asumo que usted no desconoce los
innumerables problemas sociales y económicos que afectan a Cuba y sabe que no
son producto del famoso embargo, al que usted llama bloqueo, sino producto de
la ineficiencia crónica que vive el país.
Es probable que sus declaraciones puedan ser el equivalente de lo que en
Democracia constituye una campaña política, en la que un candidato habla de muchas
cosas y hace muchas declaraciones y promesas, la mayoría de las cuales son imprácticas y después son
ajustadas a la realidad cuando el candidato es electo, o como sería en
su caso, designado.
Pero sin perder mucho tiempo en ello, comentaré que en 1958, Cuba
era un país en camino del desarrollo. Cuba fue el primer país Latinoamericano
donde hubo tranvías, a donde llegó el primer automóvil, que tuvo el primer
departamento de Rayos X. Fue el primer país en el mundo en tener telefonía con
discado directo, el segundo en tener televisión a colores, y muchas cosas más.
Aunque en Cuba había muchas empresas extranjeras, también había muchísimas
empresas cubanas. Un ejemplo es la Bacardí, que es hoy la corporación más
importante en el mundo en su ramo. Es una empresa multinacional de origen
cubano, con fábricas y oficinas en casi todo el mundo menos en Cuba, donde
nació.
Una de las primeras acciones de la revolución fue nacionalizar las empresas.
No creo que cambiar al propietario de una empresa por el estado la haga mejor,
sino todo lo contrario. Los derechos de los trabajadores se protegen con una
legislación laboral adecuada y la Constitución de 1940, una de las más
avanzadas del mundo en su momento, establecía el marco adecuado para ello. La
revolución se hizo para restablecerla.
Pero no solo se nacionalizó a las empresas extranjeras, sino también a las
empresas cubanas lo que es una aberración. ¿Cómo se puede nacionalizar algo que
ya es nacional? Y casi todas las empresas cubanas se habían desarrollado a
través de emprendedores que habían arriesgado su dinero o capital, que habían
dedicado muchas horas a trabajar, y las habían hecho crecer y en ese proceso
habían creado muchos trabajos.
Los corruptos que habían robado, no tenían su dinero en Cuba, sino que
lo guardaban en el extranjero.
El ingreso per cápita en Cuba en 1958, era alrededor de $1,200 dólares
norteamericanos. Superior al de España e Italia y el peso cubano se
cotizaba a la par con el dólar. Hoy, con pocas estadísticas oficiales, el
salario promedio del cubano era de $28 dólares en 2015. En vez de mejorar el
nivel de vida, la revolución lo desplomó.
Los empleos, no los crea el estado. No es su función. Los crean las
empresas privadas y lo que es función del estado es crear las condiciones favorables
para ello dentro de un marco legal adecuado. Para crear empresas, se necesita
dinero para invertir, o sea capital. No importa quién lo aporte. Lo ideal es
que lo haga el sector privado, porque el estado no tiene dinero propio.
El dinero que tiene el estado es dinero que el pueblo aporta a través
del pago de impuestos, derechos y tarifas y que el gobierno debe utilizar en
obras de infraestructura nacional, infraestructura social y servicios comunes
como policía, bomberos, semáforos, y todo aquello que sea necesario para tener
para que las personas vivan bien y para que los empresarios encuentren
atractivo invertir para establecer empresas que creen empleos y proporcionen
recursos al estado por la vía fiscal.
Y si hablamos de beneficios sociales, o sea, el salario mínimo, el derecho
a la educación, un sistema de seguridad social que garantice servicios de salud
a toda la población, un retiro para la vejez, condiciones laborales justas
(jornada de 8 horas, vacaciones pagadas, días por enfermedad, etc.) y cualquier
otra prestación social lógica, lo que se necesita es una legislación laboral y
social adecuada. La mayoría de los países libres tienen ese tipo de
legislación.
Cabe señalar que no se debe pensar en conceptos obsoletos como la lucha
de clases. No se trata de ver si gana el capital o el trabajador. El que
invierte lo hace motivado para obtener una ganancia y sabe que necesita
trabajadores capacitados para que su negocio prospere y el trabajador sabe que
necesita de empresas que inviertan para que creen los trabajos que ellos
necesitan. O sea, capitalistas y trabajadores se necesitan mutuamente y el
gobierno debe favorecer las condiciones necesarias para dar seguridad a ambos.
La revolución ha insistido en mantener un sistema que no ha funcionado,
y no permite que nadie opine de manera diferente. Usted dice que todo el que no
esté con la revolución es su enemigo, y se equipara la revolución a la nación,
y el que no opina como la revolución es un traidor a la patria. Eso es un error
garrafal.
También usted mencionó el atacar a los opositores y disidentes que
buscan apoyo en embajadas extranjeras para sus proyectos subversivos. Pero sus
proyectos no son subversivos, sino que plantean alternativas y cambios que
merecen ser escuchados. ¿Porqué aferrarse tercamente a un sistema que ha
demostrado que no funciona?
En vez de ver a esos disidentes como enemigos del país, el gobierno debe
respetarlos y apoyarlos, y escuchar sus ideas para mejorar. Si reciben apoyo de
su gobierno, no tienen que buscarlo en ninguna otra parte.
Usted insiste en culpar al embargo (que llama bloqueo) por todos los males de
Cuba. No se da cuenta de que el mal está en un sistema equivocado que no
incentiva la inversión y la creatividad. Si el sistema se cambia, el embargo,
cuya afectación es relativamente poca, desaparecería automáticamente.
Usted dice que Cuba no tiene que dar nada a cambio, pero se equivoca. El
gobierno cubano tiene que levantar el embargo que ha impuesto contra su población.
Respetar sus derechos humanos, permitir la libertad de asociación y de
expresión, permitirle crear y aceptar que exista discrepancia porque la discrepancia es el motor
de la fuerza creativa. No tenga miedo de hacerlo, porque ganaría el apoyo y el
aplauso de un pueblo, hoy oprimido.
¿Duda? Lo invito a debatir libremente y respetuosamente. Discutamos todo
esto públicamente, usted con sus asesores y nosotros por otra parte. Sin
preconcepciones, sin intimidaciones, sin ninguna otra condición que buscar lo
mejor para Cuba y su pueblo.
Ojalá lea esto y lo acepte. Y como algún día dijo la periodista y
presentadora de noticias colombiana María Lucía Fernández Johnson (Malú):
“No creo en la censura, creo en la discusión y el debate. Sin
controversia no hay evolución, pero se trata de tener argumentos y no sólo
señalar”
.
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