Ni el castrismo ni el chavismo están dispuestos a perder el poder. |
Nosotros estamos acostumbrados a negociar y lo hacemos continuamente.
Negociar es intrínseco a las personas libres y a las leyes del mercado. Negociamos
cuando compramos algo para fijar el precio. El vendedor trata de obtener el
precio más alto que pueda, mientras nosotros buscamos pagar el precio más bajo
que sea posible.
Al final se negocia un precio que es mayor a lo que nosotros hubiéramos
deseado pagar, pero menor a la cifra que el vendedor hubiera deseado recibir.
En una negociación, ninguna de las partes obtiene lo que desea, pero se llega a
un acuerdo que es aceptable para ambas partes. Seguramente tanto el comprador
como el vendedor consideran que fue una mala negociación. El vendedor piensa
que podía haber recibido más y el comprador piensa que podía haber pagado
menos, pero en realidad fue una negociación buena porque se logró llegar a un
acuerdo.
Pero las negociaciones no sólo son económicas. En libertad, todo es negociable. Y en
la política, la negociación es fundamental. En muchas ocasiones un político
vota a favor de algo que no apoya o que no es lo que desearía, pero lo hace a
cambio de lograr algo que él desea que la otra parte le otorgue. Así funcionan
las negociaciones políticas. Ambas partes ceden algo, pero ambas partes ganan
algo.
A veces es imposible negociar y llegar a un acuerdo. Sucede cuando el vendedor
dice que no acepta menos de cierta precio por un producto o servicio y tira
una raya. En este caso, el comprador solo tiene la opción de aceptar la condición,
o se rompe la negociación y el vendedor se queda sin poder vender el producto.
Entonces el comprador tiene que buscar otro vendedor para negociar.
Los productos como casas, autos, teléfonos, etc. son bienes tangibles y
se pueden ver y tocar, pero a veces se negocian servicios que son bienes
intangibles. En esos casos es más difícil apreciar el valor real de lo
ofrecido, y por tanto, es más difícil negociar.
Y cuando existe un solo proveedor o vendedor para un producto, existe lo
que en economía se denomina un monopolio. El vendedor único fija el precio que
desea, y no acepta menos. El comprador tiene las manos atadas pues no tiene la
opción de buscar otro vendedor y no le queda más remedio que aceptar pagar lo
que le piden, o no comprar el producto.
Las negociaciones políticas, en un sistema democrático son resultado de
un pluripartidismo que es equivalente a tener muchos “vendedores” que ofrecen
opciones diferentes. Estos vendedores son los partidos. Como mínimo, existen
dos o más partidos con alternativas diferentes, aunque puede haber muchos más. Normalmente
cuando las posiciones entre dos o más partidos son cercanas, o cuando ambos tienen
un interés común para resolver un problema, es posible negociar. Las partes
ceden y se llega a una solución bipartidista o en algunos casos multipartidista.
Así funciona la democracia. Los vendedores son los candidatos de los partidos y el comprador es el pueblo a través de su voto libre y secreto. Pero esto implica que exista un pluripartidismo, acceso a la información, un interés genuino en
resolver un problema y partes estén dispuestas a ceder y desde luego,
actúan de buena fe y aceptan la voz de los votantes, que es la voz del pueblo libre.
Pero en las negociaciones políticas también existen monopolios que
impiden una negociación y que exigen que se acepte lo que ellos quieren. Este
es el caso de las dictaduras, sobre todo las totalitarias. Los dictadores
consideran tener el monopolio de la verdad y la razón y no aceptan ninguna
propuesta u opinión de nadie. Los votantes son irrelevantes y no son tomados en cuenta.
Eso pasa en Cuba. El castrismo tiene el monopolio de “su verdad” y del
poder, y por eso no acepta otras opiniones, y no sólo no acepta la opinión de
disidentes y opositores, sino que tampoco acepta las opiniones de sus funcionarios o sus delegados. Sólo la opinión de Raúl Castro es válida. Si otra
persona como Marino Murillo o Miguel Díaz Canel proponen algo, es porque antes
ya fue revisado y cuenta con la bendición de Raúl Castro.
Por eso en Cuba las aprobaciones de la Asamblea son “por unanimidad”.
Nadie se opone, porque oponerse equivale a hacerse un Harakiri político.
Incluso se da el caso de que el “dictador” se oponga a tomar medidas que
sabe que resolverán algún problema, porque implementarla podrían debilitar su
poder, y para el dictador, el poder no sólo es lo más importante, sino que es
lo único. Por eso se frenan los cambios en Cuba y por eso Cuba no está
dispuesta a ceder en nada en sus negociaciones con Estados Unidos pues sabe que
Estados Unidos tiene el objetivo final de obligar a la dictadura a competir por
el poder, sabiendo que con toda probabilidad lo perdería.
Por eso impide a toda costa que se presenten
candidatos independientes a las elecciones.
Lo mismo pasa en Venezuela. Nicolás Maduro ha despojado de sus poderes a
la Asamblea Nacional para impedir que la misma lo despoje del poder. Todo lo
que ha venido haciendo tiene como objetivo, proteger a toda costa el monopolio
chavista del poder. Por eso no hace elecciones, porque sabe que podría
perderlas y para el chavismo, al igual que para el castrismo, conservar el
poder no solo es lo más importante, sino lo único que importa.
Y como las elecciones entre dos partidos o dos candidatos equivalen a dos
vendedores ofertando su producto, llámese castrismo, o llámese chavismo y los
compradores son el pueblo que decide, a través de sus votos si quieren más de
lo mismo o si quieren un cambio, no desean elecciones. No desean que nadie compita contra ellos.
El pueblo cubano está ya cansado de la miseria que el castrismo ha
traído a Cuba. A su vez, el pueblo venezolano está ya cansado de la miseria que
el chavismo ha traído a Venezuela. Ambos pueblos desean un cambio, pero los
gobiernos de Cuba y Venezuela no están dispuestos a negociar nada que pueda
comprometer su monopolio de poder.
Por eso es prácticamente imposible negociar con ellos. Solo entienden a base de fuerza.
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