viernes, 22 de septiembre de 2017

LOS TERREMOTOS EN MÉXICO Y LOS HURACANES. EMOCIONES EN MI MENTE.

Dr. Charles Richter en CIT, creador de la escala. Mi Alma Mater, la Universidad
Iberoamericana, derrumbada en el sismo de 7.5 grados del 14 de marzo de 1979
Los desastres naturales ocurren y poco o nada puede hacerse para evitarlos. Casi cualquier zona del planeta está expuesta a alguno o varios de ellos. Terremotos, Tsunamis, Huracanes, Tornados, Inundaciones, Avalanchas, Erupciones volcánicas, etc. ocurren y la población debe ser entrenada para saber cómo reaccionar ante ellos para aumentar su seguridad y la de los suyos durante el fenómeno.

A mí personalmente me ha tocado vivir dos de los desastres naturales más fuertes que ha habido. Viví el gran Terremoto de México el 19 de septiembre de 1985 ya que en ese entonces vivía en la Ciudad de México. Unos años después, ya viviendo en Miami, sufrí el impacto del Huracán Andrew. Es un dato nada envidiable.

Los Terremotos se presentan de repente, sin previo aviso. Cuando uno vive en una zona sísmica sabe que algún día va a haber un sismo. La mayoría de los sismos son leves o pequeños, o sea, medidos en la escala Richter, cada año ocurren miles de sismos de grados 1, 2, 3, 4, 5 y 6. Algunos no se sienten y otros son suaves. Normalmente estos sismos no provocan grandes daños, solo daños menores. Se caen algunos muros, puede irse la electricidad en algunas zonas, pero se mantienen las comunicaciones y no se interrumpe la vida y a veces nada pasa.

Los terremotos ocurren porque las placas tectónicas en el interior de la tierra están en continuo movimiento y acumulan presión, Los temblores pequeños son buenos porque permiten liberar esa presión sin causar mayores daños. Pero hay zonas donde la presión se va acumulando por largo tiempo sin liberarse. Pueden ser años o décadas. Mucho tiempo, Pero el día que se produce una fractura y se libera la presión acumulada, se genera una gran energía. Entonces se produce un terremoto muy fuerte, grados 7, 8 o 9.

Quiero mencionar que la escala sismológica Richter, desarrollada en el Instituto Tecnológico de California por un grupo liderado por el Dr. Charles F. Richter y es una escala  logarítmica, o sea que un sismo de 4 grados libera 10 veces la cantidad de energía que libera un sismo de 3 grados, y 100 veces más que la energía liberada por un sismo de 2 grados. Por eso la cantidad de energía liberada por sismos de 7 o de 8 grados es descomunal y capaz de causar graves daños, colapsar muchas edificaciones y afectar a mucha gente.

Cuando yo vivía en México, estábamos acostumbrados a que de vez en cuando temblaba, pero no pasaba nada. Un primer aviso lo tuve el 19 de marzo de 1974 cuando un sismo de 7.6 grados derribó mi Alma Mater, la Universidad Iberoamericana. Tres módulos y parte del Edificio Central se vinieron abajo, pero por haber sucedido a las 5:07 AM, el personal, profesores y estudiantes no se encontraban pues las clases se iniciaban a las 7:00 AM.

Mi apartamento estaba cerca de la Universidad. Cuando pasé más tarde a ver mi universidad derrumbada, sentí dolor y miedo. Muchas zonas donde yo había pasado largas horas, muchos salones donde había estudiado y entre ellos el auditorio donde se había llevado a cabo mi examen profesional y donde defendí mi tesis para obtener el título de Ingeniero Mecánico Electricista se habían venido abajo. Estaban en el piso.

Pero no hubo más daños en la ciudad. Siguieron muchos sismos por años hasta que el 19 de septiembre de 1985, a las 7:19 AM, sucedió el gran terremoto de 8.1 grados. En ese entonces, yo vivía en un reparto privado en el pueblito de San Jerónimo Lídice, ubicado en el sur de la ciudad en una zona rocosa.

El sismo se sintió fuerte, pero en nuestra zona no sucedió nada. Yo me estaba terminando de vestir para salir hacia mi trabajo y mis hijos estaban listos para ir a sus escuelas. Recogieron a mi hijo y se fue para su escuela, el instituto CEYCA de los Legionarios de Cristo.

Mi hija Ana Laura me dijo que no quería ir a la escuela. Estaba muy nerviosa y recuerdo haberle dicho “Un sismo es una buena excusa para no ir a la escuela”. Nunca imaginé lo que pasaba en otras zonas de la ciudad. Ya iba a salir hacia mi trabajo que era lejos de mi casa, cuando Víctor, el vecino de la casa contigua, me invitó a tomar un café y acepté.

Víctor me decía que el temblor de tierra había estado muy fuerte, y yo me resistía a reconocerlo. Pero me llamó la atención que ninguna estación de televisión ni ninguna estación de radio estaban transmitiendo. Impresionaba el silencio absoluto de radio y TV, y poco a poco comencé a preocuparme. 

Pasadas las 8:30 AM una estación de radio comenzó a transmitir y poco a poco empezó a dar una lista de los daños: Se cayó el Hotel Regis, se cayó el Hotel de Carlo, se cayó el edificio del ISSSTE, se cayó un edificio del multifamiliar juárez, se cayó el hospital general, se cayeron unos edificios y una de las torres de transmisión de Televisa, se cayó el Conalep, etc. Entonces me di cuenta de que la ciudad de México se enfrentaba a una tragedia mayúscula y sentí miedo. 

Tiempo después me enteré que el edificio ubicado en Liverpool y Berlín, donde por mucho tiempo vivieron mis suegros y donde tantas veces estuve con mis hijas y mi esposa, se vino abajo. Era un edificio donde conocía a muchas personas y todas murieron.

Rápidamente nos organizamos para recoger a nuestros hijos en los colegios y fuimos al supermercado a comprar productos enlatados. No había agua, pero compramos muchísima Coca Cola.

El gobierno pedía que no se saliera, pero a medio día, me llamó el director de la fábrica donde trabajaba y nos trasladamos para comprobar en qué estado se encontraba, y vimos que afortunadamente estaba bien, aunque no había ni agua ni electricidad. Los trabajadores que habían llegado estaban desconcertados. A la 1:45 PM convencí al director que permitiera a los trabajadores ir a sus casas y fuimos a comer a un Club cercano donde tenían una Televisión Panorámica de aquellas que eran unas cajas grandes.

Ahí pude ver las primeras imágenes de lo que había sucedido en la Ciudad. México no era la ciudad que yo conocía. Después de comer regresé a mi casa. Al día siguiente me tocó una réplica de 7.5 grados. Aunque no me pasó nada, mentalmente quedé marcado. Cada vez que iba a algún lugar lo primero que hacía era ver dónde estaba la salida de emergencia o donde podría protegerme.

Entre 10,000 y 15,000 personas murieron ese día, pero si el sismo hubiera ocurrido una hora o dos más tarde, yo estoy seguro que hubiera habido un millón de muertos o más, porque se cayeron cientos de edificios que a esa hora estaban vacíos pero que dos horas más tarde estarían repletos, entre ellos muchas escuelas, oficinas de gobierno y tribunales.

Comencé a pensar en mudarnos a la ciudad de Miami, lo que hicimos unos años más tarde. Ya viviendo en Miami, al sur de Kendall Drive, cerca de la US1, el 24 de agosto de 1992 me tocó sufrir los efectos del Huracán Andrew que causó grandes daños en la casa. Unas ramas tiraron unas hojas de plywood que había puesto para proteger las ventanas, lo que ocasionó que las ventanas del cuarto de mis hijas se volaran. También se rompió la ventana de mi cuarto y empezaron a entrar el viento y el agua y tuve que hacer una reparación de emergencia ayudado por mi hijo. También se voló parte del techo, etc.

Después del Huracán Irma, me viene a la mente Andrew y pienso lo que habrán sufrido las personas en Fort Myers, Naples, Marco Island y los cayos. Y pensar que unas horas antes, pensábamos que el impacto directo sería en Miami. Fueron unos días de mucha tensión.

Y de manera macabra, exactamente 32 años después del gran terremoto de México, el 19 de septiembre de 2017 se produce un nuevo terremoto en esa ciudad y regresan a la mente los recuerdos de 1985. Y luego el Huracán María arrasa a Puerto Rico que ya había sufrido el embate de Irma y regresan a la mente los recuerdos de 1992 en Miami-Dade.

En México, en toda la costa este de la Florida, en los cayos y en Puerto Rico, hay muchas necesidades, hay muchas personas que lo han perdido todo, hay muchas personas que necesitan nuestro apoyo y nuestra solidaridad.

No podemos evitar los desastres naturales, pero tenemos una obligación moral de ayudar a las personas que han resultado damnificadas. Ayudemos por favor.


Piensen que, si nosotros hubiéramos sido los damnificados, con toda seguridad ellos nos habrían ayudado.
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