Dr. Charles Richter en CIT, creador de la escala. Mi Alma Mater, la Universidad Iberoamericana, derrumbada en el sismo de 7.5 grados del 14 de marzo de 1979 |
Los desastres naturales ocurren y poco o nada
puede hacerse para evitarlos. Casi cualquier zona del planeta está expuesta a alguno
o varios de ellos. Terremotos, Tsunamis, Huracanes, Tornados, Inundaciones,
Avalanchas, Erupciones volcánicas, etc. ocurren y la población debe ser
entrenada para saber cómo reaccionar ante ellos para aumentar su seguridad y la
de los suyos durante el fenómeno.
A mí personalmente me ha tocado vivir dos de
los desastres naturales más fuertes que ha habido. Viví el gran Terremoto de México
el 19 de septiembre de 1985 ya que en ese entonces vivía en la Ciudad de
México. Unos años después, ya viviendo en Miami, sufrí el impacto del Huracán Andrew.
Es un dato nada envidiable.
Los Terremotos se presentan de repente, sin
previo aviso. Cuando uno vive en una zona sísmica sabe que algún día va a haber
un sismo. La mayoría de los sismos son leves o pequeños, o sea, medidos en la
escala Richter, cada año ocurren miles de sismos de grados 1, 2, 3, 4, 5 y 6. Algunos
no se sienten y otros son suaves. Normalmente estos sismos no provocan grandes
daños, solo daños menores. Se caen algunos muros, puede irse la electricidad
en algunas zonas, pero se mantienen las comunicaciones y no se interrumpe la
vida y a veces nada pasa.
Los terremotos ocurren porque las
placas tectónicas en el interior de la tierra están en continuo movimiento y
acumulan presión, Los temblores pequeños son buenos porque permiten liberar esa
presión sin causar mayores daños. Pero hay zonas donde la presión se va
acumulando por largo tiempo sin liberarse. Pueden ser años o décadas. Mucho
tiempo, Pero el día que se produce una fractura y se libera la presión acumulada, se genera una gran energía. Entonces se produce un terremoto muy fuerte,
grados 7, 8 o 9.
Quiero mencionar que la escala sismológica Richter,
desarrollada en el Instituto Tecnológico de California por un grupo liderado por
el Dr. Charles F. Richter y es una escala logarítmica, o sea que un sismo de 4 grados
libera 10 veces la cantidad de energía que libera un sismo de 3 grados, y 100
veces más que la energía liberada por un sismo de 2 grados. Por eso la cantidad
de energía liberada por sismos de 7 o de 8 grados es descomunal y capaz de
causar graves daños, colapsar muchas edificaciones y afectar a mucha gente.
Cuando yo vivía en México, estábamos acostumbrados
a que de vez en cuando temblaba, pero no pasaba nada. Un primer aviso lo tuve el 19 de marzo
de 1974 cuando un sismo de 7.6 grados derribó mi Alma Mater, la Universidad
Iberoamericana. Tres módulos y parte del Edificio Central se vinieron abajo,
pero por haber sucedido a las 5:07 AM, el personal, profesores y estudiantes no
se encontraban pues las clases se iniciaban a las 7:00 AM.
Mi apartamento estaba cerca de la Universidad.
Cuando pasé más tarde a ver mi universidad derrumbada, sentí dolor y miedo.
Muchas zonas donde yo había pasado largas horas, muchos salones donde había
estudiado y entre ellos el auditorio donde se había llevado a cabo mi examen
profesional y donde defendí mi tesis para obtener el título de Ingeniero
Mecánico Electricista se habían venido abajo. Estaban en el piso.
Pero no hubo más daños en la ciudad. Siguieron muchos sismos por años hasta que el 19 de septiembre de 1985, a las 7:19 AM, sucedió el gran terremoto de 8.1 grados. En ese entonces, yo vivía en un reparto privado en el
pueblito de San Jerónimo Lídice, ubicado en el sur de la ciudad en una zona
rocosa.
El sismo se sintió fuerte, pero en nuestra zona
no sucedió nada. Yo me estaba terminando de vestir para salir hacia mi trabajo
y mis hijos estaban listos para ir a sus escuelas. Recogieron a mi hijo y se
fue para su escuela, el instituto CEYCA de los Legionarios de Cristo.
Mi hija Ana Laura me dijo que no quería ir a la escuela. Estaba muy nerviosa y
recuerdo haberle dicho “Un sismo es una buena excusa para no ir a la escuela”. Nunca
imaginé lo que pasaba en otras zonas de la ciudad. Ya iba a salir hacia mi trabajo que era lejos de mi casa, cuando Víctor,
el vecino de la casa contigua, me invitó a tomar un café y acepté.
Víctor me decía que el temblor de tierra había estado muy fuerte, y
yo me resistía a reconocerlo. Pero me llamó la atención que ninguna estación de
televisión ni ninguna estación de radio estaban transmitiendo. Impresionaba el
silencio absoluto de radio y TV, y poco a poco comencé a preocuparme.
Pasadas las 8:30 AM una estación
de radio comenzó a transmitir y poco a poco empezó a dar una lista de los
daños: Se cayó el Hotel Regis, se cayó el Hotel de
Carlo, se cayó el edificio del ISSSTE, se cayó un edificio del multifamiliar juárez, se
cayó el hospital general, se cayeron unos edificios y una de las torres de
transmisión de Televisa, se cayó el Conalep, etc. Entonces me di cuenta de que
la ciudad de México se enfrentaba a una tragedia mayúscula y sentí miedo.
Tiempo después me enteré que el edificio ubicado en Liverpool y Berlín, donde por mucho tiempo vivieron mis suegros y donde tantas veces estuve con mis hijas y mi esposa, se vino abajo. Era un edificio donde conocía a muchas personas y todas murieron.
Rápidamente nos organizamos para recoger a nuestros hijos en los colegios y
fuimos al supermercado a comprar productos enlatados. No había agua, pero
compramos muchísima Coca Cola.
El gobierno pedía que no se saliera, pero a
medio día, me llamó el director de la fábrica donde trabajaba y nos trasladamos
para comprobar en qué estado se encontraba, y vimos que afortunadamente estaba bien, aunque no había ni
agua ni electricidad. Los trabajadores que habían llegado estaban
desconcertados. A la 1:45 PM convencí al director que permitiera a los trabajadores
ir a sus casas y fuimos a comer a un Club cercano donde tenían una Televisión
Panorámica de aquellas que eran unas cajas grandes.
Ahí pude ver las primeras imágenes de lo que
había sucedido en la Ciudad. México no era la ciudad que yo conocía.
Después de comer regresé a mi casa. Al día siguiente me tocó una réplica de 7.5
grados. Aunque no me pasó nada, mentalmente quedé marcado. Cada vez que iba a
algún lugar lo primero que hacía era ver dónde estaba la salida de emergencia o
donde podría protegerme.
Entre 10,000 y 15,000 personas murieron ese
día, pero si el sismo hubiera ocurrido una hora o dos más tarde, yo estoy
seguro que hubiera habido un millón de muertos o más, porque se cayeron cientos
de edificios que a esa hora estaban vacíos pero que dos horas más tarde
estarían repletos, entre ellos muchas escuelas, oficinas de gobierno y tribunales.
Comencé a pensar en mudarnos a la ciudad de
Miami, lo que hicimos unos años más tarde. Ya viviendo en Miami, al sur de Kendall Drive, cerca de la US1, el 24 de agosto de 1992 me tocó sufrir los efectos
del Huracán Andrew que causó grandes daños en la casa. Unas ramas tiraron unas hojas de plywood
que había puesto para proteger las ventanas, lo que ocasionó que las ventanas del cuarto de mis
hijas se volaran. También se rompió la ventana de mi cuarto y empezaron a entrar el viento y el agua y tuve que hacer una reparación de emergencia ayudado por mi hijo. También se voló parte
del techo, etc.
Después del Huracán Irma, me viene a la mente Andrew y
pienso lo que habrán sufrido las personas en Fort Myers, Naples, Marco Island y
los cayos. Y pensar que unas horas antes, pensábamos que el impacto directo
sería en Miami. Fueron unos días de mucha tensión.
Y de manera macabra, exactamente 32 años
después del gran terremoto de México, el 19 de septiembre de 2017 se produce un nuevo terremoto en esa ciudad y regresan a la mente los recuerdos de 1985. Y luego el Huracán María
arrasa a Puerto Rico que ya había sufrido el embate de Irma y regresan a la mente los recuerdos de 1992 en Miami-Dade.
En México, en toda la costa este de la Florida,
en los cayos y en Puerto Rico, hay muchas necesidades, hay muchas personas que
lo han perdido todo, hay muchas personas que necesitan nuestro apoyo y nuestra
solidaridad.
No podemos evitar los desastres naturales, pero
tenemos una obligación moral de ayudar a las personas que han resultado
damnificadas. Ayudemos por favor.
Piensen que, si nosotros hubiéramos sido los
damnificados, con toda seguridad ellos nos habrían ayudado.
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