Nuevamente hemos vuelto a caer en la trampa.
Somos como esos perros con los que se hacen carreras, a los que les ponen
delante, para que corran más de prisa, una liebre a la que es imposible
alcanzar, pues es mecánica.
Los “compañeros” del PCC están desviando,
nuevamente, nuestra atención de la cuestión principal. Nos están poniendo
delante una “liebre falsa” para que corramos tras ella. En está ocasión la
liebre es: ¿Quién va a reemplazar a Raúl?
No, hermanos, no. Esa no es la cuestión. Nos
llevan a pensar en varios candidatos e incluso nos centran en dos de ellos:
Alejandro Castro y Miguel Díaz-Canel.
El primero no goza de mucha popularidad,
aunque sí de mucho poder, pues es una clara continuación de la “dinastía
reinante”. Posiblemente será el “poder real” detrás del “poder formal”, no lo
sé. El segundo ha parecido, durante bastante tiempo, como que podía tratarse de
una ligera brisa de aire fresco, cuando creo que nunca lo ha sido.
Ahora nos ha caído encima un cubo de agua
fría: han aparecido unos videos en los que Díaz-Canel se posiciona con las
posturas más rancias y reaccionarias de la Dictadura y del PCC. Parece que ha
dejado de ser el “Gorbachev cubano”.
Bueno, entre el dirigente soviético y él hay
bastantes similitudes. Ambos han sabido “alimentarse y crecer” siendo fieles al
aparato (por eso no deben sorprendernos esos vídeos y declaraciones), han
sabido cumplir con su función de represores, han ocupado cargos de
responsabilidad (pareciendo ser totalmente leales, incluso serviles, a la línea
oficial) y, no obstante, el primero acabó “traicionando al partido”, del
segundo aún no lo sabemos.
De todas formas, nos hemos puesto a hablar de
“candidatos”, se dan cuenta como “perseguimos a la falsa liebre”.
De lo que tenemos que hablar es de nuestros
objetivos reales, y esos objetivos no son si el “sustituto” de Raúl va a ser
uno u otro, nuestro objetivo real es el reemplazo de la actual estructura del
Estado cubano por otra de acuerdo con los principios democráticos vigentes en
todo sistema donde se gobierne según las decisiones tomadas por el Pueblo.
Nuestro objetivo no es participar, en una
forma u otra, en las próximas elecciones cubanas (hablo de todas), eso es
solamente una vía, quizás correcta o quizás no, hacia ese objetivo: un Estado
democrático.
Nuestro objetivo intermedio es intentar ir
ganando pequeñas victorias que nos aproximen a la victoria real y final.
Pequeñas grandes victorias son reclamar el
derecho a ser elegido, reclamar el derecho a que cada cubano sea un voto,
reclamar el derecho a que los candidatos puedan acceder a la prensa, radio y
televisión, reclamar el derecho a que esa prensa, radio y televisión estén
dirigidos por profesionales cuyo interés no sea seguir las instrucciones y
consignas del PCC.
Nuestro objetivo es sustituir la vigente falsa
“constitución” por la última votada en libertad por los cubanos, la del 40,
aunque sea de forma provisional, hasta que podamos, lo antes posible, tener
otra actualizada y adaptada a las circunstancias actuales.
Todo lo demás es pérdida de tiempo y de
esfuerzos. Debemos tener muy claro cuál es el objetivo final, saber cuáles son
los objetivos intermedios que nos pueden llevar al final, y dirigirnos a él sin
distraernos ni desperdiciar energías.
Recordemos: nuestra Constitución del 40 es una
gran arma contra la dictadura; fue lo primero que se apresuró Batista a derogar
cuando su golpe de estado, y fue lo primero que se apresuró Castro a derogar.
Debemos impulsarla, darla a conocer, enseñar los derechos y deberes que
reconoce.
Tampoco debemos centrarnos en las diferencias
que nos puedan separar a unas organizaciones opositoras de otras, en lo que sí
debemos centrarnos es lo que nos une: el ansia de democracia. Al fin y al cabo
todas las organizaciones, igual que dije antes, no son más que vías, que
escogen unos compañeros u otros. Algunas de esas vías estarán equivocadas, otras
no. Quizás los equivocados seamos nosotros.
Lo importante no es acertar o
equivocarse de vía; lo importante es avanzar unidos, aunque sea arrastrándonos,
aunque sea increíblemente despacio, hacia el objetivo final: una Cuba Democrática
y Libre; pero siempre avanzar.
La enseñanza de Martí es clara y poco más hay
que hablar: “El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de
ser el del país. La forma de gobierno ha de avenirse a la constitución propia
del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales
del país.” (Nuestra América, 1 de enero de 1891).
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