Cola a la llegada en el Aeropuerto Internacional José Martí de la Habana |
El
recorrido es corto, solo unos cuarenta y cinco minutos de vuelo, pero los
inconvenientes nos rebasan y nos rebosan.
La
primera e inesperada vibración me brota cuando me comunicaron que por el
televisor que transportaba me cobraban doscientos dólares más los cuarenta por
ser el segundo bulto. De aprovechados está lleno el mundo y la Aerolínea no
escapa de ello.
Espera de
una hora y veinte minutos dentro del avión porque ni en el área de chequeo, ni en
la de migración se percataron de que a un pasajero se le había vencido la prórroga de su pasaporte. Solo a la hora de abordar se dieron cuenta del error y ya la maleta se encontraba
en las entrañas del gigante. Los irresponsables abundan y el aeropuerto de
Miami no es ajeno a ello.
Al fin nos
posamos en la muy especial terminal aérea #3 del aeropuerto internacional “José
Martí” de la Habana. Arribar a ésta es sinónimo de emociones impredecibles.
Siempre lo esperan a uno sus familiares y alguno que otro amigo. Y en el caso
nuestro puede que te reciba el “cariñoso” y siempre “afable” oficial de la
Seguridad del Estado, que cual médico nos “atiende”, siempre preocupado por tu
salud y la de tus familiares.
A pesar
de su ínfimo espacio cada metro de la terminal está repleto de conmovedores
episodios.
Al
entrar al área de recogida de maletas la emoción me inunda al ver la fila de
más de 100 personas que esperaban por la revisión y pesaje de sus bultos. No hay carritos para transportar las maletas y
es necesario salir a “discutirlos” o realizar el correspondiente “abono” para
que te lo consigan.
Tras una
estresante hora en espera de la maleta y el televisor, me incorporo a la larga
fila. De las cuatro pesas y mesas de revisión que posee este departamento solo
están funcionando tres. En un juego de pelota sería un honor: 750 de average. Aquí
es un horror.
Converso
con Carlos, se le ve malhumorado y demacrado. Llegó a las 10am procedente de
Miami y todavía debe esperar para que a ocho personas les revisen el equipaje.
Se ve
contrariado, es un trabajador de la aduana, que rojo como grana escucha a un
funcionario de cultura que le reclama:
- Compadre
estoy aquí desde las 11 de la mañana y son las 8 de la noche y no me dan
respuesta. Lo que traigo me lo donaron en Europa para una casa de la cultura.
¡Esto no es mío!
- ¿Que
quieres que haga? ¡Yo no pongo las reglas!
Mercedes
quien voló a mi lado me había comentado durante la trayectoria: Prepárese
señor. Ese televisor le va a costar una larga espera y muchos disgustos.
“Nuestro” aeropuerto es una locura en todos los órdenes.
William
y Fernanda, son barbadenses y me cuentan que para proteger los dos televisores
que traían desde Miami los envolvieron en sabanas y que se los “marcaron” como
bultos. Que a pesar de que los pasaron por delante de los cubanos llevan allí
más de dos horas. No traían consigo los mil dólares que les cobran por los equipos.
William,
en su jerga, me dice:
- Los de la
aerolínea son unos descarados. Pero aquí son unos bandidos. No regreso nunca.
Me cobran por los televisores más que lo que allá me costaron.
Sergio
está delante de mí en la fila y me dice: Cuídame
los bultos, tengo que salir a comer algo pues soy diabético y ya me estoy
sintiendo mal.
Pasa una
hora y media y Sergio no regresa. Los que sabemos de su problema, comenzamos a
preocuparnos.
Ya casi
llega mi turno de pesaje y no sé qué hacer con el equipaje de Sergio. Lo he
venido empujando, poco a poco, desde que el salió. Me dispongo a explicarle la
situación a uno de los funcionarios del aeropuerto cuando aparece el hombre.
- De madre
amigo. No había nada que comer en el asco de cafetería que hay en el tercer
piso. Tuve que salir de la terminal para encontrar algo de comer, ¡Por poco me
desmayo!
Tras
cuatro horas y veinticinco minutos al fin estoy pagando el costo del televisor
y el sobre peso que me dicen llevo. Ni lo comprobé. Solo quería volar de allí.
Pero antes le había preguntado a la empleada que me atendió en el pesaje:
- Ven acá.
¿Si yo no llego a traer el televisor, no me hubiera ido por el “canal verde”
exento de pago?
-
Sí, pero si traes algo que
declarar se te pesa todo.
- - La
laptop no es algo personal. ¿Por qué me la pesas?
Y otra
vez la “salomónica” respuesta.
- ¡Yo no
hago las reglas!
Al salir,
seguí escuchando las múltiples voces de protesta ante los abusos que el régimen,
a través de la aduana, comete contra los suyos.
Pregunto:
¿La Empresa francesa que ha decidido administrar el aeropuerto resolverá esta
situación o se convertirá en un cómplice más del pillaje y las injusticias que
allí ¨se consuman?
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