Mi Habana, antes del castrismo |
Llevo un par de días pensando en Cuba y, sobre todo, añorando a Cuba. Tantos
años fuera de mi país, del que salí siendo un joven, y del que guardo muchos recuerdos, y al nunca he dejado de querer y de considerar mi país a
pesar de mis periplos por el mundo. Yo nací en cuba y he sido, soy y seré
siempre cubano.
Viví muchos años en México, allí pasé de joven y casi niño a hombre, allí
me hice Ingeniero, logré obtener la ciudadanía mexicana y tengo grandes amigos
y amigas mexicanos. México sin duda, fue mi segunda patria, y es un país que
quiero entrañablemente.
Pero yo soy cubano.
Años después vine para Estados Unidos, y ahora soy ciudadano
norteamericano. Aquí obtuve mi certificación como Ingeniero en Calidad y me
especialicé en Manufactura Esbelta. Tengo muchos amigos de diversas partes del
mundo: norteamericanos, cubanos, venezolanos, colombianos, españoles,
nicaragüenses, etc.
Pero yo soy cubano.
Y pensando en Cuba, me he hecho muchas preguntas, muchas de las cuales no
tienen respuesta. Algunas lágrimas se derramaron de mis ojos, por la tristeza que
sentí por haber vivido tantas situaciones con respecto a Cuba, que yo no podía
controlar. Eran muchas cosas y la sentí la impotencia de un exilio que no ha
contado con la ayuda de sus “amigos” para enfrentarse a sus “enemigos”.
Compartiré algunos pensamientos con ustedes.
¿Por qué le tocó a mi generación heredar los errores que condujeron a esta
situación? Se me hizo inconcebible que
Cuba, un país que Colón llamó “La tierra más hermosa que ojos humanos vieran”,
poblado por gente linda y alegre sin importar si era rica, pobre o de
clase media. Un país que todo lo hacía con música, una música dulce, bonita,
que inspiraba a bailar y a sonreír.
Un país que, a pesar de haber vivido su joven independencia con una
política plagada de conflictos y corrupción, había sabido manejar su economía y
había logrado llegar hasta el punto que en 1958, y de acuerdo con los conceptos
económicos que se manejaban entonces, no se consideraba un país subdesarrollado
sino un país en etapa de despegue. O sea, un país que se encontraba en la
transición entre el desarrollo y el subdesarrollo.
No niego que en Cuba había pobres,
que había desempleados, que había analfabetismo. Pero cada día había menos. En
Cuba se vivía mejor que en la mayoría de los países de América y de Europa. En
Cuba se vivía mejor que en la Unión Soviética y que en China. La lista de los
logros alcanzados por Cuba era impresionante.
¿Por qué a ese paraíso le llegó un gobierno lleno de odio y rencor como el
castrista? Un gobierno que no le importó mentir para lograr sus propósitos y que,
como buen alumno de Stalin, no respetaba la libertad, la dignidad de las
personas ni su vida. Que no le temblaba la mano para matar. Jamás podré olvidar
como los castristas lograban que cientos de miles de personas concentradas en
la “Plaza Cívica” de La Habana, (hoy llamada Plaza de la Revolución) gritaran “paredón,
paredón, paredón".
Y Cuba se convirtió en un peón soviético en el juego de
ajedrez de la llamada “Guerra Fría”. Los castristas hicieron de los soviéticos
sus amigos y patrones, y convirtieron a los norteamericanos en sus enemigos. Porque el castrismo nos hizo “amigos” de la Unión Soviética, una unión de
países sojuzgados por el comunismo, llenos de tropas soviéticas dispuestas a
actuar cuando alguno de esos países buscaba libertad.
Así sucedió el 16 de junio de 1953, cuando en Berlín hubo
un levantamiento generalizado contra el gobierno de la ya desaparecida
República Democrática Alemana. 16 divisiones soviéticas y 20,000 soldados actuaron
contra la sublevación que, por supuesto, fue controlada en pocos días. Se
estiman más de 500 muertos (incluye asesinados y ejecutados), 1,600 heridos y
más de 6,000 detenidos condenados a larguísimas penas de cárcel.
Así sucedió en la Revolución Húngara del 23 de octubre de
1956 que comenzó con una revuelta estudiantil y se expandió rápidamente a toda
Hungría. El 4 de noviembre, los soviéticos invadieron Hungría con un ejército
compuesto por 31,550 soldados y 1,130 tanques de guerra. Les tomó una semana
terminar con la resistencia húngara, con un saldo de más de 2,500 húngaros
muertos. Miles de húngaros fueron detenidos, 13,000 fueron encarcelados y 350
fueron ejecutados y más de 200,000 huyeron de Hungría como refugiados.
Así sucedió en 1968 en la llamada “Primavera de Praga,
cuando los soviéticos decidieron poner fin al experimento de “Socialismo con
Libertad” que Alexander Dubcek intentó implantar en Checoslovaquia. La
madrugada del 21 de agosto, unos 750,000 soldados soviéticos y de otros países
del llamado “Pacto de Varsovia” (versión soviética de la OTAN) invadieron
Checoslovaquia, acabando con el experimento de Dubcek. Unos 100 checoslovacos
murieron, 500 resultaron heridos, todos los reformistas fueron detenidos y la
autoridad del Partido Comunista Checoslovaco fue restablecida.
Esos eran los nuevos amigos del castrismo. Y surge la
inevitable pregunta: ¿Por qué la primera potencia del mundo, líder del mundo
libre, y que había intervenido tantas veces en Cuba en la era republicana, no
lo hizo en el momento que más lo necesitábamos? ¿Por qué ayudaron al castrismo
a conquistar el poder, y después, torpemente le permitieron consolidarse, y usaron
al pueblo cubano, un pueblo amigo, como elemento de negociación en la guerra
fría?
¿Porqué, mientras la Unión Soviética llenaba con sus
tropas a los países de la Europa del Este para aplastar militarmente todas las
rebeliones que se producían, los Estados Unidos no tocaban a los comunistas
cubanos ni con el pétalo de una rosa?
Eso nunca lo entenderé. Y aunque se pueden buscar muchas
explicaciones, nada ni nadie puede explicarlo porque ninguna explicación es
válida. Por eso, aunque la Unión Soviética desapareció en 1990, hoy el
castrismo sigue gobernando Cuba.
Y yo… Yo siempre seré cubano.
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