La estatua de John Lennon en el parque habanero que celebra su vida y obra. |
No pudimos disfrutar de sus conciertos y presentaciones ni por la
TV. Los conocimos a través de alguno que otro extraviado “long play”, una
perdida “placa” o por una pequeña y oscura foto publicada en Bohemia.
Me asaltan en el recuerdo la impotencia y el desprecio consciente de que
a la niñez y a la juventud de los sesenta nos habían violado, y por demás
castrado. Sufrimos atropellos e imposiciones. Abusos que mi generación, en su juventud,
tuvo que encajar, y para mayores males atragantarse con las réplicas. Aunque en
ocasiones explotábamos, era demasiada la presión, corrían los sesenta en esta
Cuba “humanista”, revolucionaria y en primer lugar Fidelista.
Éramos una generación engañada, utilizada y perdida. No podíamos oír
música rock sin ser tildados de descentrados ideológicos o de conflictivos. Existíamos
como una generación que no podía llevar pelo largo, ni usar pantalones
ajustados sin que nos consideraran desviados, aberrados sexuales, o en otras
palabras, para ellos, éramos homosexuales y eso para ellos era malo.
Que te griten “pájaro” y “pato” sin serlo y que la directora de tu
Preuniversitario diga que: “No todos los peludos son pájaros, pero todos los
pájaros si son peludos”, no da morriña, lo que da es coraje y furor ante esa manifestación
de ignorancia mezclada con intolerancia.
El régimen consideraba a John Lennon, Los Beatles, los Rolling Stones
y a todas las agrupaciones de músicos “Peludos” como subversivos. Traer el pelo
largo era un peligro para la “perfecta” e impoluta juventud que decían estaban
formando.
Qué amenazadores eran esos artistas “degenerados” que traían melena,
usaban jeans apretados y que hacían que la juventud se contorsionara y disfrutara
con su extraordinaria música. Esos artistas eran tan crueles, que en múltiples
ocasiones vimos a jovencitas llorando, delirando y desmayándose por su sola
presencia y por sus “temibles” cantos.
John era tan bélico, que cuando nuestro “pacífico” régimen estaba
metiendo baza y armas en infinidad de países del Tercer Mundo, él estaba
componiendo “Imagine” y realizando multitudinarias manifestaciones contra la
guerra de Vietnam en los propios Estados Unidos.
Recuerdo que estando en sexto grado, en 1963, al salir al recreo mis
amiguitos de aula empezaron a gritarme: ¡chulito!, ¡chulito! Los miraba sin
saber porque me gritaban aquello, hasta que uno dijo: ¡Si miren, tiene puesto
un “Pitusa”! (Pitusa, era una marca de jeans fabricados en Cuba). Me asombré más
pues siempre llevaba este tipo de pantalón a la escuela.
Todo se me aclaró, en parte, cuando mis padres me dijeron que el
problema había sido porque Fidel, en su discurso de la noche anterior, la había
emprendido contra “esos jóvenes de aspecto feminoide, que andan en Pitusas y
con el pelo largo…”
Esa arenga fue el preámbulo a la creación de las Unidades Militares de
Apoyo a la Producción, las bochornosas UMAP.
¡Opresores!, prohibirle a la juventud que escuchara determinado tipo
de música, a ciertos cantantes o que vistiese a la usanza de la moda
internacional, imponiendo siempre sus retrógrados, viscerales y reaccionarios
criterios, amparados por la poderosa fuerza que da la “razón” del poder totalitario
que les “autorizaba” a inmiscuirse en todo.
Y un día, cuarenta años más tarde, la televisión muestra a Fidel Castro
en el parque “John Lennon”, bautizado así años antes por un grupo de músicos
cubanos quienes, en nombre de mi generación, tomaron venganza del régimen y del
omnipresente comandante. John Lennon ya entonces no estaba en la tierra. Era el
veinte aniversario de su asesinato y La Habana le rendía un homenaje a su
personalidad en el parque que, en respeto a su vida y obra, lleva su nombre.
Ver al Comandante en Jefe en ese acto molestó bastante a muchos. ¿Qué
hacía allí? Fidel Castro no merecía estar ahí.
Para tener derecho a estar presente, ante de todo, debió elevarse en
aquel escenario, y como espléndido tribuno, pedir disculpas a John Lennon y a
una gran parte de la juventud cubana de aquellos tiempos; estigmatizada por su
régimen y en primerísima instancia por él mismo.
Allí expresó, con la mayor lozanía del mundo, qué era una lástima no
haber conocido antes al músico, ya que “ambos eran unos soñadores”.
La ira sonrojó el rostro de los presentes. Su presencia fue para él
una muy oportuna mascarada.
Los insuperables estándares que pretendieron establecer en todas las
esferas de la vida del país, con sus cavernícolas y totalitarios criterios,
están desde hace tiempo siendo desechados cada día más y por más personas,
incluidos ellos mismos, que ahora, tras largo tiempo, pretenden loca e ineficazmente,
“deshacer los entuertos que ellos mismos crearon”.
Sinceramente, ¡Dan pena!
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