Al final, logré lavarme las manos... |
Candente 17 de agosto. Voy a visitar, por vez
primera, a una persona que vive en un aristocrático barrio habanero y no deseo
presentarme ante ella desaliñado.
El encuentro debía ser después de las 4pm. Parto con una hora de antelación.
¡Suerte! En la parada están en fila P3
y 69. A las 3.25 pm estoy en avenida 26 y 39, en el Nuevo Vedado. Es temprano. A
mi lado, un “Di tú”. Me digo: tomaré una cerveza a largo plazo.
Pregunto si hay cerveza Cristal.
-
¿Cristal? ¿Usted es cubano? Me dice la dependiente.
Entonces pienso que llegar con olor a cerveza
no es prudente y pido un refresco Najita.
-
En lo que la dependiente-cocinera-moza de limpieza,
me atiende, arriban al lugar tres hombres. Han oído la conversación. Uno la
interpela:
-
Yo no sé él, pero nosotros somos cubanos y lo
que queremos es cerveza Cristal, pero no hay. ¿Por qué?
-
Ni me interesa.
-
Es la dependienta.
-
El gobierno está diciendo que no hay Cristal
por culpa de los negocios particulares.
-
es uno de los tres
-
Pero no es así. Han tenido que reducir en más
del 30%, la producción por falta de materias primas.
Días
antes había escuchado a una pareja haciendo esta acusación contra los
particulares. Salían de un local ubicado en el reparto Mónaco.
Sentado en los portales del mismo lugar y
mientras bebía una Heineken, pues “no había” Cristal, ni Bucanero, vi llegar un
Lada azul Prusia. El conductor entra y al rato sale acompañado de quien supongo
era el jefe de almacén y de otro hombre, que empujaba una carretilla con varias
cajas de cerveza cristal. El trasiego siguió hasta completar quince cajas.
Cuentapropista, culpé también, pero no, se
trataba de la celebración de los quince de la hija del propietario del
vehículo. Las “gracias por resolverme” llegaron a mis oídos.
Hace alrededor de dos meses mí amigo Edilberto
llega a mi casa contrariado.
-
Mira - me dice - tuve que comprar Presidente
porque no encontré Cristal en ningún lado. Conozco a tres dueños de “Paladares”
que también están en la misma situación.
En conversación con Eduardo, que se dedica a
comprar botellas vacías de cerveza, me dice que en ocasiones tiene más de cien
(100) cajas en el patio de su casa y que ningún centro recolector se las quiere
comprar. Que ha parado la actividad hasta que pueda deshacerse de ellas.
Me pregunto, si los restaurantes privados no
surgieron de la noche a la mañana, y sí en realidad ellos son el motivo de la
escasez de la cerveza cubana, ¿no ha existido tiempo suficiente para reparar
esta situación?
¿Quién le pone el cascabel al gato?
Todo esto analizaba mientras lamento las
carencias del “Di tú”.
No hay vasos,
la lata está embarrada y la mesa es un asco al igual que la silla. ¡Qué
remedio!
De la higiénica forma a la que nos obligaron, y
ya estamos acostumbrados, a pico, en
este caso, de lata, comienzo a beber. ¡Por supuesto que está tibia!
En Cuba ya nada asombra. La dependienta, toalla
al hombro, jabón en mano, comienza a lavarse. Llegó su relevo. Antes, mientras manipulaba alimentos, no la vi
lavarse las manos. Hasta la cara se asea dentro del local de despacho y
elaboración de alimentos, allí, en su puesto de trabajo. La observo, se da
cuenta, y la mirada que me dedica es de: ¡si no te gusta, te vas!
Me encamino al supuesto servicio sanitario para
asearme.
El pequeño local de plástico está cerrado. Me dirijo
a la aseada dependiente y le solicito la llave. Me mira y me ignora, pero mi
mano extendida es señal de que no voy a ceder. En amable gesto la deja caer
sobre el mostrador.
¡Servicio sanitario! Para que contar. Ni pila
de agua existía en aquella pestilencia. Salgo, afuera, al fondo del área de
despacho distingo una posible solución. La abro, ni aire brotaba de esa llave.
Entonces, ¿en qué otro lugar, que no fuera su puesto
de trabajo, podría .la dependienta, darse un somero enjuague?
Me vino
a la mente el “spot sanitario” que una hora antes escuché por la televisión.
Como se conciliaba lo que en él se decía sobre
la higiene personal y la de los alimentos con las flagrantes muestras de
violaciones higiénico-sanitarias que yo había presenciado en esos minutos, y
con anterioridad en múltiples dependencias gastronómicas estatales.
Frente por frente, la gasolinera y el Pan de
Paris. ¿Por qué no me di cuenta? Hay aire acondicionado y de seguro un buen
baño. Cruzo a trancos la Avenida y distingo a la responsable del aparcamiento.
Le preguntó que si había baño. Me
responde que ella no sabe nada de eso, que si deseo le pregunte a las
dependientas.
Pregunto por el baño.
-
Baño, sí. Afuera, coge la llave. Agua no tiene.
Es una muy amable dependienta, debe frisar los cincuenta-
La cara
que pongo al decir: ¡no hay agua! debió indicarle que estaba en apuros.
-
¡Pero no importa, lávate aquí!
Me entra
al área de fregado, me da jabón, me abre la llave y espera a mi lado con una
servilleta en la mano.
Cuando le voy a dejar algo de propina casi se
ofende e intenta devolvérmela diciendo que para nada era necesario. Le dije que
se merecía eso y mucho más, sobre todo respeto y cariño. Que era un ejemplo de
cómo queremos que se comporten nuestros compatriotas. Salió de detrás del
mostrador y me dio un beso en la mejilla.
Salí feliz y con la prueba de que todavía nos
podíamos salvar.
Me paro frente a la vivienda objeto de mi
salida. Diviso en la sala a una señora de espejuelos, tijera en ristre. Pero si
es barbera. Digo en mi cavilación. Así que periodista y rapadora, vaya extraña
combinación. Luego supe que no se dedicaba a tan noble oficio, sino favor que
hacía a su hermano y a algunos amigos.
Agradable y hacendosa persona que sin apenas
conocerme se brindó para ayudarme en mis empeños.
La mujer al verme a su verja se dirige a mí.
-
¿Regina? Soy yo, Pedro.
Al extenderme la mano es que me asalta la
incertidumbre. ¿Debía brindarle la mía o…?
El “spot sanitario” a que hice referencia más
arriba indicaba entre muchas recomendaciones sanitarias las siguientes: “Lavarse
las manos antes y después de ingerir o manipular alimentos, no besar, ni dar la
mano a nadie”.
¡Uff!
.
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